domingo, 19 de junio de 2016

La criatura


 Salgo del quirófano. Me salen tubos de todas partes. No sé cuánto tiempo pasó pero sé que me siento cuarenta por ciento muerta.  Dejan que mi marido se acerque.  Él cree que soy la misma y yo todavía no sé nada, sólo una sensación de violencia enorme como si un rayo hubiese caído sobre mí. Por dentro rezo a la Virgen para que me agarre, para que me sostenga en el mundo. La imagino parada atrás de la camilla vestida de Medalla Milagrosa como a mí me gusta: toda de celeste con la corona de estrellas y rayos de luz saliendo de sus manos. En este momento no se llora, ni siquiera se tiene pena de uno mismo. La mente es pura mezcla de ganas de sobrevivir y espanto de estar viendo algún engranaje de la gran maquinaria: la muerte con su presencia rotunda es el piñón que va encajando sus dientes en la corona de la vida, una fuerza en la manivela la hace girar; esa fuerza es la sustancia que los hombres desconocen.  Siento que me sostiene un hilo muy frágil que apenas une mi cuerpo, los planes, la vieja idea de mi misma, los futuros posibles. Es un hilo de vida finito que termina en un nudo justo en el plexo solar y se escapa hacia arriba con mi alma en el otro extremo flotando indecisa sobre la camilla. Soy una especie de novia de Frankenstein, una criatura llena de costuras, que la ciencia creyéndose victoriosa devuelve al mundo. Un cuerpo intervenido,  animado por una fuerza animal que desconozco. Si esta otra cosa que soy sobrevive, presiento que su naturaleza será muy diferente. Soy una gata castrada, un mamífero herido que desconfía de los humanos. Debe ser por eso que mi esposo me mira con ese gesto mezcla de horror y alegría de que aún estoy viva. Pareciera que va a gritar: I´ts alive, It´s alive!

 Entramos en el ascensor, me llevan a la cama número quince. Pienso escapar de este lugar cuanto antes.