viernes, 4 de octubre de 2013

La Meditación de Thais



Las zapatillas de punta. Las negras y las rosas de raso. El olor a resina del bolso de danzas. Los algodones con sangre en nuestros piecitos de niña.
Los martes y jueves a la tarde en el estudio de la señorita Alicia, sobre todo en otoño, cuando nos íbamos de noche.
Las intenciones ocultas de la familia que esperaban que fuésemos, mi hermanita y yo, unas niñas delicadas, sacrificadas, esbeltas, femeninas! La danza clásica era perfecta para cincelar niñas.
Pero creo que mi madre no imaginaba que lo que más se iba a grabar en mí de esas tardes era la música.
No hace mucho que me di cuenta que puedo cantar toda la Meditación de Thais de memoria, sólo por haberla escuchado entre plié y plié durante años, mientras pensaba en cualquier cosa.
Esa belleza se metió en nuestros inconscientes mezclada con los guisos, los engaños, los miedos, las vacaciones en la playa, el agua de los camellos.
Y ahora somos esto que somos:
Yo soy una vieja-niña-desastre que no quiso tener hijos y se sabe de memoria la Meditación de Thais.



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